Por Luciana Balanesi
Paula anda con mechones teñidos de colores raros. Tiene un piercing en la ceja y auriculares casi siempre alejándola del mundo. Paula muestra lo que no es. Paula actúa. Paula finge. Paula quiere llamar la atención. Por eso es que, al cumplir los dieciocho hizo la promesa de teñirse de extravagantes colores hasta…
Paula es la hermana menor de cinco varones. Nació por un mal cálculo de su mamá quien, menopáusica, consideró imposible concebir otro hijo. Paula es esa imposibilidad. Y lo sabe. Y la angustia saberlo.
Trabaja y estudia. Estudia para separarse de sus pares y trabaja, cuidando a un nene de 5 años, para poder mudarse.
Un viernes cobró y, teniendo el dinero necesario para alquilar el departamento, se fue directo a la inmobiliaria donde entregó los ahorros de los últimos dos años. Una vez firmado el contrato le dieron la llave.
El sábado y domingo se mudó con la ayuda de sus dos amigas. El domingo se quedó, por fin, sola.
Y estuvo bien así.
Quizás mejor que nunca. Escapó de la prisión paternal. Fue cuando colgó el espejo que se dio cuenta que no se veía. La sensación de incomodidad le recordó la promesa cumplida por dos largos inviernos.
Sabe que jugó con su figura todo este tiempo y asumió, ahora, la emergencia de volver a ser, de dejar de transgredir, de retornar a lo natural. Paula está bien con ella misma. Adora sus silencios. Acepta sus formas. Disfruta del existir en ese cuerpo que la llena de colores, de música, de sensaciones… Y ahora sin la sombra de su madre recordándole todo el tiempo que ella no debería haber nacido se siente libre.
Porque Paula actuaba.
Paula fingía.
Paula logró salir del lugar al que nunca perteneció. Esa misma noche sus padres, cuando volvieron de la casa country no notaron el retumbe de sus voces en habitación vacía de Paula.
Quizás Simón, el nene que cuida no la reconozca mañana pero no importa. El chiquito está acostumbrado a sus cambios. Paula sabe que esta vez será la última. Ya que el espejo ahora refleja lo que Paula realmente es.